En nuestro país, como sucede en muchas otras partes más del mundo, nos encontramos ante una situación que se remonta a miles de años atrás si estudiamos la historia de la organización política de las sociedades, pero en la Argentina respectivamente, estamos ante un proceso de ultra personalización de la política en vez de lograr un paso evolutivo hacia lograr una mayor institucionalización de la misma.
La política y los personajes carismáticos han ido siempre de la mano en la construcción política que se ha dado en nuestra nación, y esto también tiene eco en nuestro pasado revolucionario, en nuestra organización estatal, y ampliando un poco el análisis, en nuestra sociedad en general.
Nuestro pasado caudillista, donde una persona de gran carisma y capacidad de organización era la responsable de reunir en torno a su causa no sólo lo que hoy llamaríamos “adherentes” o “simpatizantes” a sus principios e ideas, sino también un contingente militar que sepa defenderlos y luchar por ellos, ha tenido una huella de gran significancia en la conformación de los partidos políticos tradicionales en nuestro país, así como también en los procesos de transformación política y en los movimientos sociales y populares.
Desde aquellas guerras entre Federales y Unitarios, donde se estableció el camino a seguir para la conformación de un Estado Nacional unificado, pasando por la conformación de la Unión Cívica Radical con Leandro Alem y más tarde con uno de sus personajes más importantes Hipólito Irigoyen, el nacimiento y consolidación del Partido Justicialista con Juan Domingo Perón y Eva Duarte de Perón, hasta las lamentables políticas neoliberales de los años 90, e incluso hasta las políticas de reinserción social, redistribución de la riqueza y reindustrialización de los últimos dos gobiernos nacionales desde el año 2003 por dar algunos ejemplos, hemos vivido transformaciones políticas y sociales de gran trascendencia pero que nunca han sido vistas ni estudiadas en profundidad sin referenciarnos directamente a “La” o “Las” personas que las llevaron a cabo. Esta explicación puede parecer demasiado simplista debido a los ejemplos elegidos, pero debido a la naturaleza de este artículo, debo de tener en cuenta que la extensión no sólo juega en contra del objetivo buscado, sino que tampoco es un artículo de historia.
Volviendo al tema original, como mencioné anteriormente, la construcción política en nuestro país siempre se referencia en la persona que conduce o representa determinado sector político. Hoy en día no hablamos de Proyecto Sur sin hablar de Pino Solanas, del Frente para la Victoria sin mencionar a Néstor Kirchner o a Cristina Fernández de Kirchner, del PRO sin hablar de Macri, del “peronismo” de los 90 sin tener como referente a Menem. Esto tampoco es ninguna novedad como dije, pero también se relaciona con la naturaleza de nuestra sociedad en lo que a conducta política respecta. Como ciudadanos, no nos caracterizamos por ser una comunidad informada a la hora de elegir nuestros representantes, sino que el “encanto”, el carácter o muchas veces la apariencia del candidato terminan siendo más significativos a la hora de sumar votos para su causa que sus propuestas de gobierno o su plataforma política. Esta declaración puede parecer un tanto agresiva, pero no por eso deja de ser cierta. La Argentina no es el único país donde esto sucede, pero debemos de tener en cuenta que mientras más sigamos aferrándonos (consciente o inconscientemente) a este tipo de situaciones, mayor será nuestra dificultad para poder madurar políticamente.
Pero algunos de ustedes se preguntarán tal vez ¿Por qué es esto un problema?, ¿Cuál es la necesidad de separar los proyectos políticos de una persona y lograr que estos se institucionalicen? Estas preguntas tienen respuestas que nuestra propia historia y la historia mundial pueden responder sin tener que hacer un análisis exhaustivo de las mismas. En un principio, al mismo tiempo que referenciamos un proyecto político a una persona, éste corre el riesgo de tener la misma calificación subjetiva que deriva de la persona que lo lleva a cabo. De esta manera, sin importar qué es lo que el proyecto político en sí representa, podemos defenestrarlo o ensalzarlo tan sólo por cómo es o nos parece ser la persona a la cual lo referenciamos. Consideren esto por un momento, porque esto no es algo que solamente haya ocurrido en nuestro país, sino que algunas de las peores atrocidades de la humanidad han tenido lugar gracias a este pequeño concepto. Miles y millones de personas han sido “enamoradas”, guiadas y convencidas por figuras políticas que han destruido no solo sus estados con políticas deplorables de entrega total, sino que los mayores crímenes contra la humanidad también han tenido estas características.
Otro motivo por el cual el despersonalizar la política es totalmente necesario para nuestro país, se encuentra en nuestra casi nula capacidad de establecer políticas estatales a largo plazo que direccionen a la Argentina en un camino sin cortes abruptos ni retrocesos innecesarios. Esta cuestión está muy relacionada con lo que expliqué anteriormente; atando un proyecto político o un proyecto de país a una personalidad determinada, estamos sujetos a que los cambios de gobierno, sobre todo cuando el color político de la presidencia también cambia, se haga lo que en la Argentina es más que común, un “borrón y cuenta nueva”. Obviamente esta situación no se explica solamente por la referenciación del proyecto a una persona, pero sí tiene un aspecto más que relevante a la hora de realizarlo. Nuestros dirigentes incontables veces han omitido lo que sus predecesores han hecho y a veces hasta lo han tratado de destruir sistemáticamente de acuerdo a sus intereses personales o de grupo, sin considerar las buenas políticas que deberían de trascender los cambios gubernamentales para instituirse en políticas estatales que marquen una senda hacia una verdadera inserción social de todos los argentinos, y un proyecto de país que reivindique su soberanía tanto política como económica en favor de su pueblo.
Es hora de que como pueblo, empecemos a analizar las propuestas, proyectos y discursos de nuestros dirigentes como así también de los candidatos que en un futuro nos representarán. Es hora de que nosotros mismos empecemos a debatir sobre estas cuestiones que muchas veces nos parecen ajenas. Debemos de estar informados a la hora de elegir a quién o quienes decidirán nuestro futuro, debemos saber qué es lo que piensan o quieren hacer. Sin este salto cualitativo en nuestra sociedad correremos el riesgo de ser engañados con “espejitos de colores” que desvíen nuestra atención de lo que nuestros gobernantes puedan llegar a hacer.
Ignacio Spontón Costa